jueves, 15 de octubre de 2009

Poca afluencia de electricistas el primer día de liquidaciones

Rosa Elvira Vargas

¡Y decían que nosotros éramos los lentos!, ironizaban los trabajadores de Luz y Fuerza del Centro (LFC) cuando, después de largas horas de hacer fila afuera de las oficinas habilitadas para expedir los finiquitos tan promovidos por la Secretaría del Trabajo, se topaban con una sola, contundente información: se cayó el sistema.

Pasadas las dos de la tarde ya les parecía muy improbable, al menos en este primer día, obtener el pago correspondiente a su liquidación. Carajo, esto es como si te hicieran ir al entierro de tu madre dos días seguidos y además te dijeran que no te la pueden sepultar, resumía impotente uno de ellos.

Y así, el lentísimo avance de la fila –no más de 100 personas– que llegó a formarse a lo largo de nueve horas, pasó de ser un tempranero muro de los lamentos, donde unos y otros se contaban sus apremios económicos como lo decisivo para aceptar la liquidación (claro, si me conviene) a, pasado el mediodía, convertirse en virtuales motines exigiendo atención.

¡Entreguen fichas, a ese ritmo no van a poder!, exclamaban varios jóvenes electricistas arremolinados a la puerta de la sucursal de Doctor Lavista. Y así en todas las demás.

Al final, la afluencia fue poca y la entrega de cheques mínima. Si acaso en la sucursal de Puente de Piedra, en Tlalpan, se expidieron 15 cheques en nueve horas.

Los pocos que acudieron por la liquidación, o los más a informarse, no daban su nombre y apenas accedían a revelar su procedencia en la estructura de LFC. La mayoría laboraba en oficinas y muy pocos en las áreas técnicas. “Tengo nueve años de antigüedad. De seguro no me tocarán más de 200 mil pesos y, ¿sabes cuánto me darían de interés por ese dinero en el banco?, nada. Yo estaré como ellos –dice dirigiendo el índice a un vendedor de tamales–, destinado al ambulantaje”.

Ése era otro factor que denunciaban los sindicalistas que pedían ayer a sus compañeros no cobrar: “Con la medida que tomó Calderón, no sólo afectó a los electricistas. Toda esa gente que vivía de ofrecer comida alrededor de las instalaciones de LFC, los que nos venían a vender que el relojito, los perfumes, la ropa o Avon, se quedaron también en la calle…”

A esas oficinas se acercaban como desde el lunes, gente con muchas dudas: qué pasará con la pensión alimentaria (hasta ahora nadie nos ha dado razón y yo tengo dos hijos que viven de eso, decían varias mujeres), cómo pagarán el crédito hipotecario otorgado por la paraestatal y si aquél les será descontado de su finiquito (mire mi talón semanal: cobro mil 473 pesos, porque me descuentan 913 de un préstamo para casa del que todavía adeudo 763 mil pesos, mostraba un lector de medidores), y si les pagarán los turnos extras y otras prestaciones adeudadas desde marzo, cuando se firmó el contrato colectivo de trabajo.

Alguien de los pocos que tras esa larga espera obtuvo su liquidación debió firmar a cambio la llamada Orden 222, relativa a la separación de la empresa. Pero ahí no terminó todo para él: el cheque que le dieron es incobrable hasta que acuda ante la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, donde le presentarán la plantilla de prestaciones (adeudos de él con la empresa o de ésta con él), y una vez realizado el cálculo correspondiente podrá ver, si algo le queda, su dinero. Eso fue lo que les transmitió a sus compañeros el trabajador del área de transporte, con nueve años de antigüedad; no les mostró la cuantía de su liquidación, pero admitió coincidencia con sus cálculos.

Las decenas de trabajadores que ante lo tortuoso del trámite fueron acumulándose en las oficinas liquidadoras tenían –casi todos–, además de la intención de conocer la cuantía de su finiquito y a partir de ahí tomar una decisión, la esperanza de ser acogidos laboralmente de nuevo.

Cuando algún compadecido funcionario accedió a informarles de la caída o lentitud del sistema para realizar los trámites, una señora le preguntó: Bueno, ¿pero ahí mismo nos van a recontratar? La respuesta de aquél la desanimó: No, nosotros sólo hacemos el cálculo y entregamos los cheques. A un lado está otro módulo de bolsa de trabajo, donde cada quien se puede inscribir.

Frente a esos resignados solicitantes del finiquito, desde la otra acera o en el parque de enfrente decenas de sindicalizados repetían incluso con altavoces: Compañeros, tenemos que respetar a los que acepten el finiquito, pero también les decimos que 95 años de vida sindical podrán más que tres años de mentiras. Éste es un llamado a la vergüenza laboral. No podemos desde el primer día agachar la cabeza y resignarnos.

A las oficinas ubicadas en San Pedro Mártir y en la colonia Penitenciaría prácticamente no llegó nadie. En la primera, destinada a quienes sus apellidos inician con las letras T y U, una agente de tránsito dijo que muy temprano se habían acercado unas 20 personas, pero a las 11 de la mañana ya se habían ido. En la segunda, para las letras, D, E y F, lo mismo. En las sedes de Tlalpan, Iztacalco y la colonia Doctores aquello empezó a hacer crisis.

Ante su nueva realidad de de-sempleados, los trabajadores se veían desesperados. Por si fuera poco, en una actitud definida por ellos mismos como zopiloteo, aparecieron los promotores financieros en busca de convencer a los electricistas de las bondades de las inversiones que ofrecen los bancos que representaban: Inbursa, Santander, Ixe y Grupo Financiero Mifel, entre otros. Eso sí, con la promesa de no cobrarles comisión por apertura.

Fue apenas el primer día.


No hay comentarios: