jueves, 15 de octubre de 2009

Los de CFE no pueden con el paquete y quieren recontratarnos: electricistas

Estamos bien angustiados, nos cambiaron la vida, señala una empleada administrativa

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Trabajadores de la subestación Tacuba, ubicada en avenida de las Granjas y calle Salónica,en la colonia Jardín Azpeitia, en defensa de su fuente de trabajoFoto Francisco Olvera
Fabiola Martínez y Patricia Muñoz

“¿Si somos tan chafas y huevones, por qué nos andan buscando con urgencia para recontratarnos?… ¡Quieren que ayudemos a los superrobots de la Comisión Federal de Electricidad a salir del atolladero!”, expresa un trabajador de construcción de Luz y Fuerza del Centro (LFC), con su recibo de pago semanal en mano por mil 464 pesos netos.

Los integrantes de esta área, la mayoría albañiles, carpinteros y operadores de maquinaria pesada, eran responsables de hacer excavaciones para parar postes en la zona centro del país, actividades que ahora realizarán empleados de la CFE.

Narran cómo era su día laboral antes del decreto presidencial que liquidó LFC y, sobre todo, la forma en que seguirán en lucha los trabajadores calificados en el diagnóstico del gobierno federal de improductivos y privilegiados. Aunque comamos frijoles todos los días, aguantaremos.

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Fernando, de transportes y mantenimiento eléctrico, con 22 años de antigüedad, intenta ocultar su coraje. Dice que desde que entró a LFC no tiene registro de incapacidad médica o reporte negativo alguno y en promedio, menos de una falta por año. Ahora está despedido. Le faltaban ocho años para jubilarse y, pregunta, ¿por unos flojos o abusivos la pagamos todos? Éramos nosotros quienes hacíamos funcionar equipo viejo, caduco. Entonces, ¿por qué no revisaron expedientes?, ¿por qué nos echaron a todos en el mismo costal? Yo no me voy a recontratar, aunque me lo pidieran. Ellos y su empleo de CFE que chinguen a su madre.

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Augusto, empleado de vigilancia en construcción, lleva cinco años en obra determinada por mil 600 pesos semanales. El sábado pasado, cuando entró la Policía Federal a las instalaciones de LFC, él estaba trabajando. “Nomás alcanzamos a agarrar la chamarra y pa’fuera. Ninguno de nosotros quedó adentro. Ahora se están trayendo a operar quesque especialistas de empresas particulares y a gente de la CFE. Pero ya quiero ver a uno de ésos bajando a cables subterráneos o manejando línea viva. Ahí sí van a decir: ‘tráiganse a los borrachitos de LFC’. Nosotros somos prole, gente de trabajo, no de escritorio ni aprietabotoncitos. No nos damos golpes de pecho, tenemos nuestros asegunes. Pero, entonces, que metan a las coladeras a los que toman cursos en Alemania, a ver si muy acá.”

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Manuel, también de construcción, ganaba mil 600 pesos a la semana. A la primera pregunta, explica, con lujo de detalles, lo que ocurre actualmente con el suministro de energía eléctrica; lo que a su parecer son errores de los empleados de la CFE, de la saturación en los alimentadores y las fallas en todo el proceso para que la electricidad llegue a las casas. Por eso, dice, ahora están ofreciendo hasta 25 mil pesos para que vayamos a hacerles el trabajo. No nos van a vencer, aquí le entran las esposas, las familias. Si tenemos que comer frijoles todos los días, no le hace, pero nosotros resistimos. Lo que quieren es el negocio de la fibra óptica, comenta. Ahora sí nos necesitan, ¿verdad? Pero se les olvida que el sábado en la noche, de la manera más vil, nos mandaron al desempleo. Esta injusticia se resume muy fácil: nos dieron una pinche patada en el trasero.

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En la esquina de Circuito Interior y Marina Nacional, cerca de las oficinas centrales de LFC volantean y muestran cartulinas quienes hasta el sábado en la noche eran empleadas administrativas. Una de ellas, Ángeles, dice que ya canceló su tarjeta de crédito y hasta regaló a su perro. Ya no tendré dinero ni tiempo para cuidarlo. Parece poca cosa, pero estamos bien angustiados. Nos acaban de cambiar la vida.

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Mientras un compañeros les pide que multipliquen los quehaceres de resistencia y les habla de buscar opciones para subsistir, a Guadalupe, con 22 años de antigüedad –le faltaban dos y medio para jubilarse– se le rasan los ojos de lágrimas. Su hijo, de siete años, le preguntó anoche: mamita, ¿ahora qué vamos a hacer?

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