miércoles, 20 de noviembre de 2013

OPINIÓN. De VIH/sida, diatribas y dignidad

México DFnoviembre 14 de 2013.
Construimos una sociedad que camina hacia la transparencia y la rendición de cuentas. Se trata de un proceso irreversible al que, sin embargo, no deben supeditarse únicamente los servidores públicos sino también el gremio periodístico y la llamada “sociedad civil”. 
En la lucha contra el VIH/sida esta condición es indispensable, sobre todo cuando se trata de denunciar malversación de fondos o corrupción en el manejo de los recursos destinados a enfrentar la epidemia, independientemente de señalar la negligencia médica o el despido laboral que persisten desafortunadamente. 
Sin embargo, presentar quejas supone al menos dos condiciones: 1) imputar con pruebas y 2) hacerlo con la frente en alto, sin escudarse en anonimatos ni recurriendo a pseudónimos o ficticias referencias virtuales de personajes inexistentes. Resguardarse a la sombra del clandestinaje para divulgar excesos deriva con frecuencia en la difusión de infundios y señalamientos temerarios. 
Digo lo anterior porque en México estos más de 30 años de VIH/sida han diluido el principio que el filósofo Fernando Savater describe como el paso definitivo de la acción, que no sólo obra a causa de la realidad sino que “activa la realidad misma”. ¿Quién puede dudar que la lucha contra el estigma y la discriminación empezó cuando los verdaderos protagonistas, es decir quienes viven con VIH/sida, le dieron rostro humano -su propio rostro- a esta indescriptible violación de derechos humanos? ¿Quién le puede quitar fuerza moral al denunciante que se atreve a encarar frente a frente al sujeto de su denuncia? 
Una de las mayores aportaciones sociales del activismo encabezado por quienes viven con VIH ha sido ganarse el derecho a disentir a partir de la valentía y el coraje conjugados en primera persona. 
A finales de los años 90, más allá del primer e histórico movimiento que dio paso al extinto Frente Nacional de Personas Afectadas por el VIH/sida (Frenpavih), donde las víctimas de la epidemia debieron tomar los espacios públicos usando simbólicos y memorables pasamontañas blancos, no encuentro otro contexto que justifique el anonimato para buscar enderezar políticas públicas, exhibir desviación de fondos públicos o insensatez médica. Por ello se equivocan quienes han decidido sumarse a la moda que emplea, en las redes sociales, linchamientos anónimos y cobardes para lastimar más que resolver problemas en torno a la epidemia. 
Es indudable que la lucha contra el VIH/sida sigue vigente, con encomiables aportaciones desde dentro y fuera de la respuesta gubernamental y que hace falta profundizar en ellas. Pero la rendición de cuentas, para que tenga fuerza moral, solo podrá avanzar a partir de las pruebas aportadas empatadas con la presunción de inocencia del acusado. 
No comprender que el régimen jurídico exige documentar y sustentar cualquier demanda, sólo provoca que quienes dirigen sus dedos flamígeros desde el anonimato lastimen honras, compromisos y trayectorias. Esa cobardía no hace falta para luchar contra la inmunodeficiencia adquirida y sus efectos. 
La diatriba, divulgada en cualquiera de sus fórmulas, siempre será lodo que al paso del tiempo se secará y caerá por sí solo. No obstante hay que rechazarla porque la crítica y la denuncia deben abrir debates y procesos, nunca cerrarlos. Para comprender esto se requiere mesura, inteligencia y madurez. Por eso, a más de tres décadas de epidemia, es urgente devolverle dignidad a la denuncia. 

*Periodista
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