domingo, 1 de mayo de 2011

Sobra evidencia de que Juan Pablo "sabía que Maciel era un criminal"

Sobra evidencia de que Juan Pablo sabía que Maciel era un criminal

Operación desde Roma para convertir a Wojtyla de cómplice a víctima, dice Barba, de los primeros en acusar de sodomía al sacerdote

En 1956, Méndez Arceo envió una carta que derivó en la suspensión del fundador de los legionarios; se le ordenó ir a clínica antidrogas

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El cardenal Norberto Rivera, el entonces nuncio Jerónimo Prigione y Marcial Maciel en imagen de 1997Foto La Jornada
Rosa Elvira Vargas
Periódico La Jornada
Domingo 1º de mayo de 2011, p. 2

Sobran evidencias para documentar que Juan Pablo II tuvo conocimiento de que el fundador de la Legiósn de Cristo, Marcial Maciel, era un criminal, un delincuente, un sobornador, un manipulador de conciencias, un depredador, un destructor de los sacramentos; verdaderamente un tipo abominable..., como aseguran sus víctimas y denunciantes, y que se ha realizado toda una operación desde el Vaticano para transformar de cómplice en víctima al jefe de la Iglesia católica fallecido en 2005, y no afectar así el proceso para ubicarlo en el estado previo a la santidad.

El ex legionario José Barba, uno de los acusadores de Maciel Degollado, señala: quizá la beatificación es el último epítome del encubrimiento a Maciel. Esto, ante las innumerables pruebas físicas, más allá de los testimonios y las denuncias, con las cuales Juan Pablo II podría haberse allegado –de haber querido– elementos incontrovertibles para conocer la verdad sobre el sacerdote michoacano.

Y no sólo no procedió, sino que, como nunca, fue en el papado de Karol Wojtyla cuando los legionarios tuvieron su mayor expansión y crecimiento económico con la apertura de escuelas, universidades y creciente número de sacerdotes de la congregación, entre otros beneficios, sino que además existió un claro acercamiento entre ambos. Tanto, que cusando Maciel anunció su retiro como director general de los legionarios de Cristo, Juan Pablo II lo elogió públicamente.

Una de esas fuentes donde se encuentran depositadas las pruebas de los hechos criminales de Maciel es el archivo de la Congregación para Institutos y Sociedades de la Vida Consagrada, con documentos que datan de entre 1944 y 2002.

Este dossier fue entregado para su difusión desde el propio Vaticano a los ex legionarios Alberto Athié y José Barba, así como al investigador Fernando M. González, autor de libros sobre el fundador de los legionarios de Cristo. Se trata de fuentes que actuaron movidas por la ignominia que para la Iglesia católica representan los hechos de Marcial Maciel.

Entre los 212 documentos que conforman este archivo está una carta –de la que La Jornada posee copia– escrita el 14 de agosto de 1956 por el fallecido obispo de Cuernavaca Sergio Méndez Arceo, dirigida a Arcadio María Larraona Saralegui, entonces secretario de la Congregación de Religiosos.

Esta misiva, sumada a otros señalamientos, entre ellos otra carta del entonces arzobispo primado de México, Miguel Darío Miranda, llevaron a la suspensión por dos años de Maciel, cuando también se le ordenó internarse en una clínica para drogadictos, lo que éste contravino y se alojó en un hospital de gineco-obstetricia, en las cercanías de Roma.

“Por circunstancias que no es el caso referir –indica en su parte medular la misiva de Méndez Arceo enviada al Vaticano–, vine a quedar constituido en consejero de quienes tenían conocimiento de la vida íntima del P. Maciel y se sentían obligados en conciencia a remediar la situación, aunque con diferentes medios. Los encaucé, por no tener yo casa de la Congregación, a que se hiciese la denuncia al Excmo Sr. Arzobispo de México y hablé con él. Los defectos de que se habla son: procedimientos tortuosos y mentirosos; uso de drogas heroicas; actos de sodomía con chicos de la Congregación.

“Yo recomendé, y así lo hará el Sr. Arzobispo, que sólo se interrogue a los dos que ahora han hablado y que esto se envíe a V.R. para que, si lo juzga prudente, remueva al P. Maciel y deje el paso libre a una investigación mayor, dada su habilidad sin escrúpulos.

Uno de los que han hablado asegura que en el Santo Oficio (actualmente Congregación de la Doctrina de la Fe) uno de los oficiales le comunica cuanto llega contra él y le parece que también en la Congregación de Religiosos, aunque no sabe quién.

Athié, Barba y González exponen que este legajo agrupado por la Sagrada Congregación de Religiosos no es por supuesto el único archivo donde están documentadas las conductas de Marcial Maciel, puesto que al menos debe haber uno más en la Secretaría de Estado del Vaticano, otro en la Congregación de la Doctrina de la Fe y el propio archivo secreto del Papa.

Y mencionan que dos antecesores de Juan Pablo II habrían tenido, si no directamente, por lo menos sus secretarios de Estado, información respecto a las tropelías de Maciel: Juan XXIII y Paulo VI.

Un documento más en este archivo es la misiva escrita por Gregorio Lemercier, monje benedictino quien además de ser muy cercano a Méndez Arceo fue el primero en introducir el sicoanálisis en el convento, al grado de ser suspendido por la iglesia en 1967. La remitió el 15 de octubre de 1959 también a Arcadio Larraona, en Roma, y le expone con detalle los testimonios recibidos de Federico Domínguez, ex secretario particular de Maciel, con las constancias sobre su toxicomanía y su abuso sexual contra menores de edad.

Alberto Athié, ex sacerdote, asegura que este archivo demuestra que existía la información suficiente para saber quién era Maciel, cómo había organizado su congregación, sus fundamentos para la operación de la misma, así como la fórmula diseñada por él para infiltrar el Vaticano y neutralizar cualquier acción que pudiera afectarle.

Al propio Benedicto XVI, en su condición de encargado de la Congregación de la Doctrina de la Fe, le llegaron los reclamos de las víctimas de Maciel y tiene responsabilidad directa tanto si omitió informarle a Juan Pablo II como si éste los soslayó en su momento.

Para ellos, hubo mentiras flagrantes para conducir el proceso de beatificación de Juan Pablo II. Los responsables de esto falsearon información existente y por la cual es muy claro que el hoy beato tuvo conocimiento del comportamiento de Maciel.

Tercia José Barba: ¿quién se beneficia con esta beatificación? ¿La cristiandad o el papa Benedicto XVI? Él se siente más seguro con la beatificación de Karol Wojtyla, pero como la tragedia subsiste, aparecerá toda esta evidencia y Ratzinger no tendrá ninguna protección porque, en todo caso, él lo engañó, no le dijo la verdad, y el silencio es a veces un engaño.

¿Le creyó y no investigó?

Y en efecto, si no le dijo la verdad sobre Maciel –añade–, Juan Pablo II tampoco la buscó, y por eso se pretende pasarlo de cómplice a víctima.

Los tres resaltan un hecho: Marcial Maciel le juró delante de Dios a Juan Pablo II que no era cierto de lo que lo acusaban, y que todo era un complot.

Entonces –insiste Barba–, el papa Juan Pablo II ¿le creyó a Maciel? ¿Sólo tuvo una fuente, el propio legionario, para hacerse de un criterio? ¿No recurrió a nadie más? ¿No preguntó? ¿Nadie se le acercó para decirle nada? ¡No puede ser!

Como muchos especialistas, también cuestiona el procedimiento fast track para beatificar a Juan Pablo II. Como nunca, se rompieron las reglas del derecho canónico, porque éste exige que apenas a los cinco años después de muerto empiece el proceso. Y en este caso, a los seis años de fallecido, ya está listo su asunto, expresa Athié

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