Si alguna enseñanza obtuvo Mar- tha de su experiencia al montar La Bestia –el tren de carga que va desde el sur del país hasta la frontera con Estados Unidos–, se podría resumir en pocas palabras: no toda la gente es buena
.
La migrante hondureña de 34 años lo entendió de golpe cuando una de las personas a las que ayudó a subir al vagón, pensando que iba al norte como ella, minutos después la bajó a insultos y empujones y le espetó en la cara su verdadera identidad: “somos zetas, pinches perros”.
Martha –nombre falso que proporcionó la trabajadora indocumentada, para no dar pistas de su identidad– no sabía que este domingo 15 de enero se conmemora el Día Mundial de las Migraciones, pero duda que sus actividades sean especiales o distintas a las de ayer: juntar dinero para seguir el viaje hacia Estados Unidos, cuidarse las espaldas, tratar de ir superando emocionalmente el secuestro colectivo que vivió durante cuatro días.
Soy del departamento de Santa Bárbara, en Honduras, y salí de mi país el 15 de diciembre. Llegamos a Tenosique (Tabasco) un viernes, y ese día fue la primera vez que monté un tren, que para mí era algo extraño
, recuerda en entrevista con La Jornada.
Cuando finalmente pudo montar a La Bestia, 15 minutos después vio cómo el tren reducía la velocidad para permitir que subieran dos hombres vestidos como la mayoría de los migrantes, y con morrales al hombro. Su sentido de solidaridad, dice, le hizo ayudarlos a subir.
Uno piensa que todos son como uno, pero no. También hay gente mala
, lamenta.
Luego de bajarlos a empujones, insultos y encañonados, los secuestradores –que se identificaron como zetas– los hicieron caminar dos horas, pasando ríos, todos enlodados, diciendo que nos iban a matar. Nos tuvieron en la boca de un cerro desde el viernes hasta el lunes, y nos pidieron el número de familiares en Estados Unidos
.
Martha quisiera olvidarse del asunto. Ya no pensar en él, no recordar los detalles. Lo único que acepta contar es que ella y su novio pudieron escapar en un descuido de los guardianes. Que regresaron como pudieron a Tenosique. Que está contenta de estar viva. Que sigue en shock
y todavía sueña que la persiguen y la matan.
Su necesidad de ir a Estados Unidos es doble: quiere ganar dólares, claro, pero además quiere volver a Nueva York –donde ya estuvo de 2005 a 2011, trabajando como mesera y empleada de limpieza–, porque cuando regresó a su tierra, a visitar a su familia, cayó en la cuenta de que ya no pertenecía ahí.
La estancia es fea, pero cuando uno viene a su país mira todo diferente y ya no se adapta a la pobreza, a la falta de trabajo. Por eso trato de migrar otra vez, para que mis tres niños vivan mejor. Siquiera les voy a mandar unos 200 o 300 dólares, porque el papá de mis hijos vendió mi casa y los dejó sin nada
, recuerda con una voz despojada de rabia.
Dentro de todas las malas noticias, una buena: gracias a la intervención de fray Tomás González Castillo, director del albergue de migrantes La 72, las autoridades le dieron a varios indocumentados una visa temporal que les permite viajar sin exponerse tanto a ser secuestrados, robados o asesinados.
A través del cura nos dieron esos papeles, y ya no vamos a arriesgar nuestra vida, aunque uno viene dispuesto hasta a eso para progresar. No hacemos este camino porque sea un encanto. Es muy duro, hay que sufrir hambres, cruzar el desierto, cansados bajo del sol y sin agua ni tener dónde dormir
, subraya.
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