Joaquín Hurtado
Portada del libro Crónica Sero, editado en marzo de 2004
México DF, enero 24 de 2011.
En uno de los sitios más entrañables de mi casa tengo un cuadro de Geroca. Me gusta en lo particular porque plasma perfectamente el aroma, el sonido, el temor, el arrobamiento, la agonía, y las contradicciones más infames de esta furiosa metrópoli. Monterrey, la de la enorme estatura e incorregible ruindad.
El cuadro plantea una lectura encontrada: una pareja de varones está en el transe de un coito cuando un gigantesco can los distrae de sus placeres. La bestia, entre botellas vacías de cerveza, está a punto de morderlos. No hay escapatoria porque los hombres están trabados en múltiples niveles: en el genital y en el de sus organismos paralizados por el golpe de adrenalina. Los amantes marginales están condenados por la eventualidad que nadie previó, ya por las urgencias de su libido, ya por el ejercicio del poder desmesurado, ya por algún convenio pecuniario.
La atmósfera de esta pieza es siniestra y sensual. Es una tragedia contada desde el sarcasmo y la compasión. A la distancia aparecen más caninos. La jauría se obstina en deshacer el encanto del negocio de la carne humana. La violencia es palpable, contagiosa. Los hombres revelan una disparidad de edades. Estamos, no cabe duda, ante una tela maldita.
El joven es penetrado con violencia por el gigantón ataviado a la usanza de maestro albañil. El más frágil se aferra como puede a un poste de electricidad. Es imposible no reparar en la ambivalencia gestual de la pareja. La faz del mayor trasmite zozobra y desesperación, la mueca del sometido refleja el más excelso goce erótico, un orgasmo exquisito donde también habita el pavor. En los ojos desorbitados de nuestros personajes comienza el escándalo, el horror, lo más sublime del pincel de este magnífico pintor y cartonista regiomontano.
La obra de Geroca siempre se asoma en el intersticio de la ciudad oculta y la vida plena de intenciones luminosas. No juzga pero tampoco nos perdona. No ejerce su derecho a la crítica social, sin embargo nos somete al ácido de su carcajada. Expone nuestro drama sin tomarse la molestia de guiarnos hacia la redención. Nos encuentra para perdernos. Nos obsequia su armonía cromática para lanzarnos a la manada de los perros de la noche. No me cabe duda, Geroca es el poeta visual de ese monstruoso equívoco que ya no cabe en su inmundicia: yo mismo.
*Publicado en el número 174 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 6 de enero de 2010
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