Liset tiene 21 años y sufre trastorno esquizoafectivo. El miércoles pasado estaba en el hospital siquiátrico Fray Bernardino Álvarez. Es que hago muchas travesuras, así de que brinco, doy vueltas y nadie me quiere dar la llave mágica.
–¿Para qué sirve la llave?
–Para abrir y ver a mi mamá y mi abuelita. Pero no me la dan porque allá abajo hay un nido de ratas, cucarachas y víboras… Mejor que no abran.
Igual que el resto de las pacientes que ocupan el quinto piso del hospital, Liset estaba vestida de azul, y así como la mayoría de sus compañeras, la expresión de su rostro era de letargo. Conversó con los ojos entrecerrados.
–¿Te gusta estar aquí?
–Estoy contenta aquí, pero ya quiero bajar a que me dé aire puro de allá abajo. No sé a qué hora me van a sacar… Dicen que no saben qué hacer.
–Tal vez hay mal tiempo…
–No, no hay mal tiempo. Pero todos tenemos necesidades. Somos seres humanos, tenemos dos ojos y dos pies y ya.
Sí me gusta estar aquí, pero necesito mi ropa. Antes venía al hospital a aprender siquiatría.
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