Rocío Sánchez
La infección por VIH no se da de manera aislada. Diversos factores sociales intervienen y colocan a ciertas poblaciones en mayor vulnerabilidad ante la epidemia. En México, las mujeres están siendo cada vez más afectadas por una infección que creían principalmente masculina, mientras que las poblaciones en reclusión son un foco rojo pero también una oportunidad para implementar mejores modelos de atención.
La inequidad en las relaciones de género influye de diversas formas en la epidemia del VIH. Sobre el tema, la investigadora Ana Amuchástegui, de la Universidad Autónoma Metropolitana, presentó resultados preliminares de un estudio realizado en mujeres con VIH, integrantes de la organización civil Mexicanas en Acción Positiva.
Durante el 5to Encuentro Universitario sobre VIH/sida, organizado por el Instituto de Ciencia y Tecnología del Gobierno del DF, la académica expuso algunas formas de exclusión que experimentan las mujeres en el tema del VIH.
Una es la que ha llamado exclusión epidemiológica, “aunque no tiene que ver con una afirmación científica de la epidemiología”, explica la investigadora. Al inicio, el VIH se concibió como un problema de “grupos de riesgo”: hombres que tienen sexo con hombres (HSH), trabajadoras y trabajadores sexuales, y en menor medida usuarios de drogas inyectables. “Se generó un imaginario donde se asocia el VIH con la homosexualidad masculina y en el caso de las mujeres con la ‘promiscuidad’”. Debido a ello, las mujeres han negado el riesgo al que están expuestas frente al VIH.
Otro tipo de exclusión se da en la atención médica. La consejería específica para mujeres antes y después de la prueba de detección es deficiente, cuando no ausente. “No reciben información sobre la interacción del VIH con la fisiología femenina ni hay tratamiento específico: reportan que toman las mismas dosis que los hombres y no saben si eso es lo que corresponde”. Destaca también la falta de información para prevenir la transmisión perinatal del virus.
Por otro lado, las mujeres con VIH todavía no se constituyen simbólicamente como un interlocutor político, lo que deriva también en exclusión. Un ejemplo de cómo alcanzar este objetivo se puede encontrar en el movimiento gay, que además de la lucha contra la epidemia sostenía también una demanda de reivindicación de la identidad sexual, apunta la doctora en Filosofía. En el caso de las mujeres con VIH, la identidad de mujer es una identidad naturalizada, no hay nada que reivindicar en ella, lo que hace complicado politizar esa identidad.
El abogado Pedro Morales Aché, director de Medilex, Consultoría Médico Legal, coincide en la poca visibilidad de las mujeres con VIH en la respuesta oficial a la epidemia. “Es lo que yo denomino la misoginia institucionalizada del Censida, la minimización de las mujeres seropositivas en el discurso oficial; pareciera que la mujer ha sido y es tratada por el sistema de salud como una especie de daño colateral en el tema del VIH”.
En contraste, sigue el litigante, hay otros aspectos donde sí se visibiliza la carga de género, como la actual campaña de detección de VIH en mujeres embarazadas con el fin de evitar la transmisión vertical. Independientemente de la eficiencia de la prevención perinatal, parece ser prácticamente el único momento donde aparece la mujer en el discurso del VIH/sida, y en esa misma medida “refuerza los estereotipos de género donde la mujer es merecedora de atención si y sólo si está embarazada”.
Personas en reclusión: estigma, riesgo y oportunidad
Quienes llegan a la cárcel por lo general provienen de los sectores más marginados de la ciudad, expuso Sergio Bautista, investigador del Instituto Nacional de Salud Pública, en su participación en el encuentro universitario. Por esto, los problemas de salud de la población carcelaria muestran matices muy particulares, además de que las condiciones dentro de los centros penitenciarios suelen afectar negativamente la salud de sus ocupantes.
Las personas privadas de la libertad no están aisladas de la sociedad en términos de salud, abundó. La mayoría de quienes llegan a la cárcel saldrán, y muchas personas trabajan en el ámbito carcelario. “Por esto, un problema grande de salud en estos centros fácilmente se puede convertir en un problema de salud pública”.
Un ejemplo de ello es un estudio realizado en Estados Unidos en la población afroamericana, que es la más numerosa en las cárceles de ese país, donde se encontró una relación causal entre la tasa de encarcelamiento masculina y la prevalencia de VIH en mujeres negras.
Además, en todos los estudios donde se ha medido la presencia de VIH en cárceles se ha encontrado que la prevalencia del virus es más alta que en la población general. Países con baja prevalencia tienen tasas mayores en centros de reclusión: en EU la tasa es de 2.3, en Vietnam 28.4, y en España 14. Al estudiar a la población por sexo, añadió Bautista, la prevalencia en mujeres reclusas casi siempre es más alta que en hombres, incluso cuando no es así en la población general, como en el caso mexicano.
Sergio Bautista lideró un estudio realizado en centros penitenciarios de la capital, en colaboración con la Clínica Especializada Condesa, del Gobierno del DF, y el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición. En él participaron más de 20 mil hombres y casi 2 mil mujeres. La prevalencia de VIH hallada en hombres reclusos fue de 0.9, casi el doble del 0.5 registrado en la población general masculina. Pero en las mujeres, la diferencia fue mucho mayor: mientras en la población general ellas presentan prevalencia de 0.2, para las mujeres encarceladas fue de 1.
La investigación indagó también sobre prácticas de riesgo dentro y fuera de la cárcel. En cuanto a compartir jeringas para el uso de drogas inyectables, los participantes reportaron hacerlo muy poco, en el reclusorio, pero reconocieron haberlo hecho con mucha más frecuencia (hasta 27 por ciento) antes de entrar a la cárcel.
La cantidad de hombres que reportan haber tenido sexo con otro hombre dentro de la cárcel es de 3 por ciento en promedio, pero cuando se preguntó si la persona había comprado o vendido trabajo sexual antes de ser recluido, el índice fue mucho mayor.
La hipótesis de Sergio Bautista con base en estos datos es que “las prevalencias de infecciones de transmisión sexual más altas que encontramos dentro de la cárcel están relacionadas con la selección de quienes llegan a la cárcel en primer lugar, ya que por lo general han tenido una mayor prevalencia de comportamientos de riesgo, más que con las dinámicas que se dan dentro de los centros penitenciarios”.
*Publicado en el número 185 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 1 de diciembre de 2011
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