La justicia no existe, la esperanza tampoco. Así lo afirma la madre de Juan, uno de los miles de presos del Reclusorio Norte de la ciudad de México. Su historia se parece a la de cientos de personas –en su mayoría mujeres– que visitan a sus familiares en estos centros de reclusión.
Pero la historia de Juan es peculiar. Tiene 22 años y piensa como un niño de seis. Sufre retraso mental. Un día salió de casa, se perdió, tenía frío y se metió en un auto que vio abierto, comenzó a ver las cosas que estaban en el interior, eran algunos discos compactos; sin embargo el dueño del vehículo lo sorprendió y llamó a la policía. Su madre asegura que dos días después, al llamar a Locatel, le dijeron que estaba en el Reclusorio. Ella asegura que le hicieron firmar una confesión
. Fue acusado de robo y las autoridades están por condenarlo.
La madre de Juan, como otras madres, hermanas, esposas e hijas de presos, no cree en la justicia, porque, afirma, no hay dinero para comprarla
.
Al mostrar la comida que lleva, asegura que no sólo es para su hijo, sino también para otros internos, esperando que así le echen un ojo
, pues dada su condición de retraso mental sufre mucho maltrato, explicó . Llorando, sólo atina a decir: “¿Esperanza? Uy, eso para mí ya no existe.
“A mi hijo no le puedo dejar dinero y ahí todo cuesta –en el reclusorio–; se lo quitan, como a todo dice que sí y no puede defenderse, abusan de él. Hasta a veces lo dejan durmiendo a la intemperie”, denunció.
En tanto, la madre de Víctor, otro interno del penal, explicó que a su hijo le achacaron el robo de un coche, sin pruebas
, pero estaba donde no debía cuando no debía
. De nada sirvieron los esfuerzos. Lo sentenciaron a cuatro años de cárcel, aunque pagó casi 80 mil pesos repartidos entre el Ministerio Público y un abogado que nomás nos engañó
.
Con bolsas con comida y productos de primera necesidad, como papel higiénico, jabón, e incluso, dada la época, roscas de Reyes, estas mujeres dicen ya estar acostumbradas al maltrato de las autoridades cada día de visita.
Además de pasar hasta siete horas formadas para visitar a su familiar, comprar un lugar
en la fila, que puede llegar a costa 200 pesos, para acceder a las instalaciones, y cubrir las cuotas que se le dé la gana
a cada custodio para que las dejen entrar, es el pan de cada día
.
“Las 50 primeras fichas para entrar –al reclusorio– las venden; llega gente que vive por aquí y se forma desde la madrugada.” Asimismo denunciaron que los abusos son constantes, para los internos y para quien los vista.
Es una sacadera de dinero. No importa si llegaste a las 7 de la mañana, son más de las 12 y no podemos entrar
, indicaron.
cuando ven que ya es la una de la tarde comienzan a cobrar para pasar cada filtroy lo pagan, pues es la única manera de ver
aunque sea unos minutosa su ser querido
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