Mario Alberto Reyes
México DF, enero 23 de 2012.
Los integrantes de las Fuerzas Armadas deben conducirse con un rígido código de comportamiento. Entre sus pilares se encuentra la masculinidad hegemónica, es decir, lo que es socialmente deseable de cualquier varón. Cuando esta virilidad se cuestiona, sea por comportamientos considerados femeninos o por la abierta orientación homosexual de algunos de sus integrantes, el engranaje se activa para resguardar la integridad de la masculinidad.
“¿Oyeron? ¡Dijo que es puto! ¡Ustedes son testigos!¡Encañónenlo!” Con sorpresa y temor acataron la orden. El silencio era tenso. El sol caía a plomo en San Luis Río Colorado, Sonora, pero el sudor que humedecía los rostros de los militares estaba frío, como si lo hubieran sacado de un balde de agua helada. Trataban de disimular su nerviosismo y novatez. Siempre imaginaron que usarían su arma contra narcotraficantes y no contra ellos mismos.
Días antes, Julián de la Toba había recibido la primera señal. Con bromas y frases amables el sargento de su pelotón le dijo que se lo quería coger. El Ruso, como apodaban a Julián por ser blanco y rubio, había ingresado tres años antes al Ejército mexicano. Nunca ocultó su homosexualidad.
Al escucharlo, una sonrisa irónica se dibujó en el rostro del Ruso. De inmediato el sargento, quien tenía cierta fama de “mayate” –hombre que penetra a otro en una relación sexual,– se puso irascible. Subió la voz y le reprochó su negativa pues sabía que todos “ya se lo habían cogido”. Julián lo desmintió. A partir de ese momento “le cargó la mano”. Las fajinas se intensificaron y no le permitía descansar.
Lavar su camisola sin autorización fue el pretexto para arrestarlo. Los tonos de voz se elevaron. “¿Eres homosexual?”, preguntó. “Sí, pero no me dejaré coger”, respondió antes de tener varias armas apuntándole. El soldado de transmisiones solicitó que fueran por Julián. Alguien al otro lado del radio pidió al sargento que “le bajara de güevos”.
Tiempo después cambiaron de mando. Al Ruso nunca le ofrecieron disculpas pero le exigieron que no trascendiera el hecho. Ahora, Julián piensa que el incipiente discurso de los derechos humanos lo salvó en esa ocasión.
Para el Ejército Mexicano, el ingreso de elementos como El Ruso, abiertamente homosexuales, rompe con la identidad militar sustentada en la masculinidad hegemónica, es decir, en la promoción de valores o ideas referentes de cómo deben ser los hombres: fuertes, heterosexuales, resistentes al dolor, obedientes, disciplinados, homófobos y represores de sus emociones.
Lo que representa el uniforme
El deseo homoerótico al interior de una institución tan masculinizada como el ejército es una realidad que se niega a salir del clóset. Juan, uno de los militares dados de baja al resultar positivo al VIH, da cuenta de lo que sucede al respecto: “Que encontraban por decir al cabo con el soldado o al soldado con el cabo, entonces como le digo que ahí todo se sabe, pues se corre la voz, y se oía que se echaban al cabo, y cuando eso sucedía el ejército los daba de baja por ser indignos. Se hacía como un consejo de honor, o sea, se forma al personal, los ponen enfrente y al final los hacían que se quitaran el uniforme”.
Para los psicólogos Ana Amuchástegui y Rodrigo Parrini, autores del ensayo Sujeto, sexualidad y biopoder: la defensa de los militares viviendo con vih y los derechos sexuales en México, publicado en la revista Estudios Sociológicos (2009), de donde proviene la cita anterior, el deseo homosexual al interior de la institución armada desordena e incita a la ruptura de jerarquías. Los investigadores de la UAM Xochimilco sostienen incluso que la razón de fondo de los ceses de los militares con VIH es el prejuicio contra la homosexualidad: “el problema reside en la trasgresión al silencio que el VIH supuestamente representa”. Aquí el estigma que liga indefectiblemente al virus con la homosexualidad y a ésta última como atentado a la masculinidad opera como dispositivo para disciplinar los cuerpos masculinos.
En palabras de Donato, otro militar dado de baja por la misma razón: “Ellos consideran que la homosexualidad no debe estar acompañando al hombre, entonces el hombre debe ser fuerte, debe ser rudo, debe ser grotesco, y por tanto si ellos representan esa imagen y hay una persona masculina que esté atentando contra esa masculinidad, pues debe de ser apartado porque les está echando a perder la imagen que ellos tienen. La consecuencia es que el homosexual debe salir de las Fuerzas Armadas, porque va contra lo que representa el uniforme”. (Tomado de la misma fuente citada).
La hombría con violencia educa
Elías Flores es un joven militar de 24 años de edad originario del estado de Veracruz. La historia de personajes como Pedro Calderón de la Barca y Miguel de Cervantes Saavedra, quienes fueron militares y también escritores, lo motivaron a sumarse al Ejército. A él también le gusta escribir y desde niño soñaba con ser soldado.
En los planteles y unidades militares nunca falta pretexto para “achicalar” a alguien. A Elías le tocó “tabla” por no traer sus botas suficientemente limpias. “Hay que ponerse en posición mortero –inclinado con las nalgas al frente– para recibir al menos 10 tablazos, si gritas o te quejas te dan otros diez”.
El cabo de transmisiones asegura a Letra S que el único requisito para quien va a “achicalar” es que sea de un grado superior al “achicalado”. Si no es así, “se pueden armar los putazos”, advierte. “Si te quitas te dan más, y si vas de culón –acusar ante un superior–, te va peor. “Achicalar” es algo que se festeja y comparte. Suele ser la bienvenida que te dan y nunca falta quien se una. Es un acto que todos disfrutan, excepto el castigado. Corremos la voz y aprovechamos para putearlo si es que nos cae mal”. Totalmente convencido, Elías asevera que la identidad militar implica ejercer y aguantar la violencia con impunidad y complicidad.
De acuerdo con Juan Guillermo Figueroa Perea, investigador de El Colegio de México (Colmex), la masculinidad hegemónica es una construcción cultural que dicta el comportamiento socialmente aceptado para los varones basada en el ejercicio del dominio a través de la violencia. En el documento “Elementos para el estudio de la sexualidad y la salud de los varones integrantes de las Fuerzas Armadas”, el académico subraya que el modelo masculino dominante incluye, como primera característica, a la heterosexualidad y un “activo rechazo” de la homosexualidad por estar asociada a comportamientos femeninos y por ende, “a algo socialmente reconocido como menos valorable”.
Añade que en una sociedad como la mexicana, los niños aprenden a rechazar prácticas de afecto, de erotismo y de cercanía con otros varones, así como a usar el calificativo “homosexual” como una muestra de minusvalía masculina.
La sexualidad mutilada del macho
Investigaciones realizadas en torno a la masculinidad dominante y la sexualidad de los varones han encontrado que mucho del erotismo se concentra en el pene, por lo que algunos autores, asegura Juan Guillermo Figueroa, la han clasificado como una “sexualidad mutilada” que privilegia la penetración por encima de cualquier otra práctica erótica, aunado a que “cosifica el cuerpo de sus posibles parejas sexuales sean hombres o mujeres”.
Cuando el cabo Elías Flores platica con otros soldados sobre mujeres, usualmente se refieren a ellas como si hablaran de objetos. Escasas veces abordan el tema de los sentimientos que les provoca salir con ellas. Incluso en esta relación de dominio se ve mal hablar de emociones, pues lo que les gusta es que los hagan sentir unos auténticos “machos” o “chingones”.
Suele suceder que en la cantina, cuando están “francos” o fuera de servicio, los “sapos”, como ellos se autodenominan, se refieran a las mujeres en términos estrictamente sexuales y genitales para demostrar poder y superioridad en el sexo ante los demás. Es una especie de “vigilancia mutua”, subraya el investigador del Colmex, para así cumplir con el modelo masculino dominante.
“Los sentimientos tienen poca cabida en estas pláticas. Presumimos las posiciones, que si las pusimos de ‘a perrito’ o ‘patitas al hombro’. No hay ternura. Muchas veces nos referimos a ellas como putas, incluidas nuestras hermanas”, señala Elías.
En su análisis, el sociólogo apunta que este panorama rígido de la sexualidad masculina no incluye a todos los hombres ni a sus diferentes prácticas sexuales, pero sí es identificado como parte de los modelos dominantes en diversos grupos sociales.
En su análisis, el sociólogo apunta que este panorama rígido de la sexualidad masculina no incluye a todos los hombres ni a sus diferentes prácticas sexuales, pero sí es identificado como parte de los modelos dominantes en diversos grupos sociales.
La masculinidad deseable
Ser hombre en el Ejército Mexicano implica cumplir con ciertas características físicas, de lo contrario, se duda de la “masculinidad”. Al menos así lo experimentó Julián de la Toba. Su cabello ondulado y rubio, así como sus ojos claros y su piel blanca, poco tenían que ver con los rasgos de la mayoría de sus compañeros.
A diferencia del Ruso, originario de La Paz, Baja California Sur, el batallón al que pertenecía estaba conformado por cerca de 600 soldados, casi todos provenientes de la región centro y sur de México y también casi todos de piel morena.
Al igual que otros “guachos” que no eran morenos, El Ruso sufrió lo que define como “una caricatura del machismo” pues independientemente de la orientación sexual y de si tienen o no una actitud varonil, el simple hecho de no ser morenos propicia que les llamen o piensen que son “putos”.
Con el paso del tiempo y ya fuera de las Fuerzas Armadas, Julián comprende que con esas actitudes fue discriminado y agredido en varias ocasiones. El discurso de los derechos humanos al interior de la institución castrense no tenía resonancias.
Revelar entre la tropa el gusto por la poesía, la música clásica o pop, la lectura o la pintura puede significar motivos de sospecha de la propia hombría, dice Elías. Agrega que los soldados aficionados a la pintura prefieren plasmar águilas, escudos nacionales, a los héroes patrios, soldados o escenas de guerra, para evitar las burlas de sus compañeros. “Incluso cuando algún superior te ve con alguna novela te pide que mejor leas algo de matemáticas porque eso no te va a servir”.
Sobre la música, la experiencia de Julián dice que más allá de la orientación sexual de los militares, a casi todos les gusta lo regional. Las cantinas son los lugares idóneos para escuchar duranguense, tropical, rancheras y hasta reggaeton. “Lo peligroso es que te cachen escuchando a Gloria Trevi, Lucha Villa o Paulina Rubio, porque a estas cantantes se les relaciona con la homosexualidad”.
Al respecto, René López, integrante de Género y Desarrollo, organización civil que impulsa nuevas formas de ser hombre, señala que los ejércitos son instancias cerradas cuya vida interna, al menos en el caso mexicano, es tema prohibido, además de que constituyen el ejemplo extremo de la masculinidad hegemónica.
“La naturaleza del Ejército proviene de la necesidad de crear una instancia protectora de agresiones externas y de impulsar una fuerza que ayude a ampliar territorios. Su lógica es netamente machista y de someter a otros”.
Por último, López Pérez asevera que en este esquema de pensamiento se requeriría avanzar hacia sociedades con mayores espacios de equidad y solidaridad para fomentar y establecer otras formas de masculinidad, incluso al interior de las instituciones armadas, “debemos buscar otras formas de relacionarnos, y esto es posible a través de nuevos modelos de masculinidad”.
*Publicado en el número 186 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 5 de enero de 2012.
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