Marta Lamas
Trans es un prefijo derivado del latín que significa “del otro lado”; se usa para decir más allá, sobre o a través y para marcar la transformación o el paso a una situación contraria. En ese sentido, a las personas que intentan “pasarse” al sexo opuesto se les llama transexuales. Existen conocidos testimonios de quienes, en nuestra cultura y en distintas épocas históricas, buscaron transformar su apariencia y lograron conducir sus vidas como si pertenecieran al otro sexo.
Sin embargo, las personas que modifican su cuerpo para ajustarlo a su sentimiento íntimo de “ser” hombre o mujer son un fenómeno moderno, vinculado a las posibilidades de transformación corporal que surgen con la endocrinología y la cirugía plástica reconstructiva.
Algo llamativo es que, pese a la importancia de la subjetividad en este fenómeno, el manejo de la transexualidad se aborda desde una lógica biologizante. La gran demanda de tratamientos hormonales e intervenciones quirúrgicas es un indicador de la medicalización que hoy priva, y que se ha incorporado al imaginario social de la transexualidad. Sin embargo, desde hace algunos años despunta paulatinamente entre las personas transexuales el rechazo a las operaciones quirúrgicas de “reasignación de sexo”.
Esta tendencia se suma a un fenómeno creciente: el transgenerismo: personas que modifican permanentemente su aspecto adoptando las marcas sociales del sexo opuesto, pero sin recurrir a la transformación hormonal o quirúrgica del cuerpo.
Leslie Feinberg señala que el término transgénero se vuelve un concepto “paraguas”, bajo el cual caben todas las personas marginadas u oprimidas debido a su diferencia con o rechazo de las normas tradicionales del género: “transexuales, reinas drag, lesbianas, hermafroditas, travestis, mujeres masculinas, hombres femeninos, maricones, marimachas y cualquier ser humano que se sienta interpelado y acuda al llamado de movilización para luchar por la justicia económica, social y política”.
Además, en los noventa, una serie de debates políticos, jurídicos y culturales transforman el estatuto legal de la homosexualidad, lo cual también afecta la manera en que se conceptualiza la transexualidad. Antes, una de las mayores resistencias del Estado para otorgar el “cambio de sexo” en los documentos civiles era que, si se concedía, entonces podrían casarse con alguien de su propio sexo. La nueva normatividad sobre la homosexualidad, que la acepta como una conducta legítima, ha alentado una visión distinta sobre el fenómeno trans, que ha quedado plasmada en las leyes sobre el cambio de identidad civil.
A este proceso hay que sumar el discurso que circula masiva y mundialmente por internet, que plantea que si el cuerpo no se ajusta a lo que “verdaderamente” se es, entonces hay que modificarlo. Esta idea, que ha significado una liberación para muchas personas, expresa una convicción hasta cierto punto uniforme: “la transexualidad es un error que me hizo nacer en un cuerpo equivocado”.
Lo llamativo de este discurso desculpabilizador es que omite cualquier referencia a un trastorno emocional. A pesar de que las personas transexuales rechazan considerar que su condición pueda requerir un “ajuste” psíquico en lugar del “ajuste” hormonal y quirúrgico, todavía en casi todos los países se define legalmente la transexualidad como una enfermedad psíquica.
También vía la mundialización de la información se ha dado a conocer que algunos países ya permiten el cambio de la condición civil (“los documentos”) sin exigir el requisito de la operación. El sufrimiento y la discriminación que las personas transexuales padecen han convocado a intensos debates que, finalmente, han llevado a unos cuantos países a aceptar la rectificación de la identidad civil sin exigir la cirugía de “reasignación sexual”.
Tal es el caso de Reino Unido, de España y de la Ciudad de México, donde se requiere únicamente el cumplimiento de un protocolo de transición. Así, las llamadas leyes de “identidad de género” están otorgando las bases para un mejor manejo de estos casos, y el debate mundial sobre la transexualidad se ha ido inscribiendo en un lenguaje de derechos ciudadanos.
*Versión editada del artículo publicado en Debate Feminista. Abril de 2009.
No hay comentarios:
Publicar un comentario