Carlos Bonfil
La subcultura homosexual destaca el cuidado corporal, asegura Foster
México DF, septiembre 21 de 2010.
Reconocimiento legal al matrimonio entre personas del mismo sexo, igualdad de derechos para la adopción de menores, mayor visibilidad y un nivel de tolerancia hasta hace poco tiempo insospechado. Los avances en el terreno de las libertades en México no son desdeñables. Sin embargo, el investigador estadounidense David William Foster, especialista en aspectos culturales ligados a la diversidad sexual en América Latina, expresa en la siguiente entrevista algunas reservas interesantes, al tiempo que ofrece sus puntos de vista sobre el cine gay, el impacto comercial de la televisión y la importancia del cuidado corporal en la subcultura homosexual.
Entre los logros de una mayor tolerancia en México hacia las minorías sexuales figura la conquista de la visibilidad. El maricón es ahora gay, y al odio de los putos lo remplaza hoy el término homofobia, crecientemente aceptado en los medios. ¿Qué opinas de estos cambios en el lenguaje?
Yo creo que esos cambios son necesarios en la medida en que representan un cambio de conciencia. Pero yo los manejo con ciertas pinzas, porque esa evolución del lenguaje en una sociedad puede dar la impresión de cambios profundos, cuando en realidad estos cambios no están sucediendo. Lo vemos en el caso de las mujeres, quienes tienen mucha visibilidad en el campo laboral y en la política, pero siguen siendo sujetos secundarios. Lo vemos en el manejo del espacio y en la manera en que ellas mismas piensan que tienen que presentarse ante un público.
Por fuerte que sea, la mujer en México aún tiene que aparentar ser modosa. Es una característica de esta sociedad. Algo parecido sucede con los homosexuales. Ha habido cambios legislativos importantes. Me encantó llegar a la ciudad de México y toparme en el hotel con una leyenda en inglés y español que señala que no hay aquí discriminación por preferencias sexuales. Eso me parece muy bien, pero es también un fenómeno comercial.
¿Acaso representa un cambio profundo en la mentalidad de la gerencia o de los empleados? Está por verse. No quiero decir que sean cambios de pura fachada, porque eso implicaría que la gente está obrando de mala fe, pero se hace lo necesario para sobrevivir en el entorno social, académico o comercial. Los cambios profundos tardan mucho más. Hay mayor tolerancia y aceptación, tal vez menos agresión inmediata, pero creo que las conciencias todavía tienen que cambiar mucho. Y esas conciencias habrán cambiado profundamente cuando ya no tengamos que hacer esta entrevista.
¿Qué significa la incorporación paulatina de personajes gay en el ámbito de los medios audiovisuales, particularmente en la televisión?
Hay sin duda una explotación del sujeto social, pero el cambio no ha sido profundo. Esos personajes no tienen vida sexual, no pueden besarse ni tampoco hacer el amor, por lo menos en la pantalla. No tienen todavía el pleno goce erótico de las parejas heterosexuales. Ese cambio es un decorado, simplemente para mostrar que se está al día en materia de representación social, pero los sujetos no tienen mayor profundidad. Sin personajes con una identidad plena la televisión no presenta cambio alguno. En el cine sí hay cambios importantes.
Un ejemplo, XXY, de Lucía Puenzo, película argentina que ganó un premio Goya en España. Es una cinta maravillosa que plantea un cambio real de conciencia en los personajes, sujetos que atraviesan un difícil proceso de identidad social, pero sobre todo se plantea una transformación en el entorno y en la conciencia del padre de esa chica que se niega a identificarse como mujer, como hombre o como hermafrodita. Ella dice que no va a cambiar lo que es, y eso produce un cambio profundo en su padre. Eso no lo vemos en la televisión, que llega a una sociedad masiva y tiene que buscar un denominador común para poder vender sus productos. No puede exponerse a represalias por parte de las empresas que pagan la programación. En el cine esa estructura no funciona y la película no está sujeta a tantas presiones comerciales.
¿Qué opina de la manera en que el cine mexicano ha abordado el tema de la homosexualidad, desde El lugar sin límites y Doña Herlinda y su hijo, hasta las películas más recientes?
Creo que ha habido avances importantes. En el caso de Arturo Ripstein, él puede ser un poco más atrevido, precisamente porque es Ripstein. Tiene un espacio conquistado, cierto público y apoyo financiero. Pero en el caso de un cineasta como Jaime Humberto Hermosillo, quien se ha dedicado exclusivamente a hacer en México un cine queer, vemos las enormes dificultades que ha tenido por hacer películas marginales. No sé en qué medida Hermosillo vive de su cine, pero no me sorprendería saber que no vive de él. Ha hecho cintas maravillosas, pero con la excepción tal vez de Doña Herlinda…, éstas no han entrado en el cenáculo del cine comercial mexicano. Doña Herlinda… ha tenido una gran acogida en el circuito internacional, siempre está en los festivales gay, por ejemplo, pero eso no pasa con la mayoría de sus películas.
Y en el cine gay actual, ¿percibe todavía un componente de transgresión o la aclimatación a un clima de tolerancia y aceptación, a un cierto conformismo?
Siempre hay algo de conformismo, eso es inevitable. El cine es un fenómeno enormemente caro. Cuando uno piensa en lo barato que es escribir una novela, por ejemplo, y en que uno no puede empezar a hacer cine sin una inversión de cientos de miles de dólares, tiene que haber cierto conformismo en el cine simplemente por el dinero que está involucrado. Los inversionistas no pueden dar dinero por algo que no puede tener éxito comercial o artístico. Pero siento que el cine mexicano gay muestra hoy una gran audacia, pues ha apuntado a un mercado internacional. Mucha gente se queja de que se está haciendo cine mexicano de exportación, pero eso no es un fenómeno mexicano. Es el caso también de buena parte del cine latinoamericano. Es el caso del cine brasileño, del argentino e incluso del cubano, que tiene apoyo de Sundance o de Televisión española. Se hace cine más para la exportación que para el consumo interno.
Con películas como Fresa y chocolate en Cuba, o Madame Satá en Brasil, sobre el tema de la homofobia, ¿siente que el cine está dando cuenta de la realidad social?
Sí, por supuesto. He señalado, sin embargo, en presentaciones académicas de Fresa y Chocolate en Estados Unidos, que Diego, el hombre gay, nunca tiene una vida sexual, y que precisamente es él quien arregla la vida sexual de David como un acto de generosidad, por la amistad y el amor que le tiene. Pero el pobre tipo nunca tiene una vida sexual propia. Para mí es una fisura importante en la película, pues si ésta va a plantear la legitimidad de la existencia de Diego, por qué entonces no puede ser una existencia plena. Por decirlo de modo más concreto, ¿por qué Diego y David no se van en un momento dado a la cama?
Esto es algo que ya se mencionaba también a propósito de Filadelfia, de Jonathan Demme…
En este último caso se entiende más, por tratarse de una película abiertamente comercial. Y también por las estrellas. Hay otro caso, el de Secreto en la montaña (Brokeback mountain). Estamos ante una relación muy satisfactoria en muchos sentidos, a pesar de que al final el tipo muere por un acto de homofobia de su suegro. Pero es una película donde sólo existe la sociedad blanca. En la parte de Estados Unidos donde se desarrolla esa película, hay muchos hispanos, cierta cantidad de negros, y gente de ascendencia indígena, pero la película se basa en la vida de los blancos con todo el poder simbólico que tienen en el país. Se trata entonces de arreglar la vida sexual de los privilegiados.
Es lo que sucedía con Juntos para siempre (Longtime companion), que era un microcosmos anglosajón, lo cual no demerita que haya sido una peícula muy importante por su tratamiento del tema del sida.
Claro, en ninguno de estos casos se niega el valor artístico de la obra, sólo se cuestiona la relación del creador cinematográfico ante lo que es la sociedad en toda su extensión. Secreto en la montaña funciona porque son dos chicos blancos, aspirantes a cowboys, que en el fondo viven una relación privilegiada, a pesar de los problemas que tienen. ¿Pero qué habría pasado si Ang Lee hubiera hecho la película sobre hispanos? Nadie la habría ido a ver.
En el cine latinoamericano hay renuencia a hablar del sida, contrario a lo que sucede en otros países. ¿A qué lo atribuye?
Francamente no sabría decírtelo. Podría verlo como una consecuencia del machismo, o de la manera en que los mexicanos viven la masculinidad. No puedo decirlo. Lo que sí veo, en cambio, es mucha sensibilidad con respecto a este tema en la publicidad, en las campañas de prevención. En Estados Unidos no hay ninguna campaña visible. El gobierno americano se ha negado a colaborar en una campaña de visibilidad del problema. Se hacen campañas en sectores sociales o en la universidad, pero no una campaña nacional. No la hay y nunca va a haberla.
¿Qué opina del lugar común según el cual el gay es una persona obsesivamente preocupada por el cuidado de su apariencia física?
Los primeros espacios en que se cuestionó el hecho de fumar en público fueron los bares gay, pues se pensaba que el humo afectaba la piel, el pelo y los ojos. Se comenzó a prohibir el cigarrillo en los bares gay de Estados Unidos como una medida de fitness, de conservación del cuerpo, y no como una conciencia real sobre los estragos pulmonares.
¿La amenaza física que representa el sida no vino también a revalorar esa noción del fitness, del cuidado excesivo del cuerpo?
Por supuesto. Y yo añadiría otro fenómeno distintivo, el de los bares violentos tradicionales. Frente a estos establecimientos, los bares gay representaron una alternativa no violenta. Muchas personas heterosexuales comenzaron a frecuentarlos porque percibían que ahí no había tanta incidencia de hechos violentos. Las mujeres se sentían más seguras en los bares gay. No sólo porque supieran que no serían agredidas sexualmente, sino por sentir que no habría en ellos el nivel de violencia de los bares convencionales. El gay no saca un cuchillo porque no quiere que le dañen el rostro.
Por último, ¿qué opina de los recientes cambios en la legislación mexicana en favor de la tolerancia y la diversidad sexual?
Me parecen formidables, pero yo avanzaría aquí una reserva. Se pueden cambiar las leyes, pero toma mucho tiempo cambiar las conciencias. Con todos los cambios legales ocurridos en Estados Unidos en los últimos cincuenta años, seguimos siendo un país profundamente racista, sexista y homofóbico. Lo mismo puede suceder en México o en cualquier otro lugar del mundo. La sociedad norteamericana sigue siendo profundamente religiosa. No hablo de una religión o una sola iglesia, sino de un abanico de iglesias que se dan la mano para seguir imponiendo un enorme control social.
*Publicado en el número 170 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 2 de septiembre de 2010
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