Antonio Medina**
Se ha dicho de diversas formas que los medios de comunicación distorsionan o tergiversan por la tarde los conocimientos que adquieren niños y niñas en la escuela por la mañana. También se ha afirmado que la televisión, el medio de mayor impacto en las audiencias, es la “caja idiota”, que maleduca y contradice los preceptos pedagógicos que con mucho esfuerzo enseñan profesores y profesoras en las aulas.
Por otro lado, distintas teorías de la comunicación coinciden en que los mass media están destinados a extender las capacidades humanas de hablar, escuchar, ver y oír. Y, es a través de los sentidos como se influye a las colectividades sobre aquellos conocimientos que favorecen el status quo y la permanencia de las clases dominantes, sean políticas, religiosas, económicas, ideológicas o de género.
Una realidad que no podemos negar en la actualidad es que muchas veces, los niños y niñas, adolescentes y aún jóvenes universitarios, han adquirido conocimientos a través de los medios de comunicación convencionales y del Internet, antes que en los salones de clases, pues sin duda la aldea global en la que vivimos les está dando el privilegio de ser testigos en tiempo real de los grandes sucesos mundiales. Por ello, los medios de comunicación actuales se han erigido de facto como espacios de construcción de percepciones del mundo y han sido elemento axial entre los sucesos públicos, la vida cotidiana de las personas y los saberes colectivos.
Este planteamiento no pretende afirmar que los medios están sustituyendo los aportes fundamentales de la educación formal de manera absoluta, no obstante, sí se puede decir que los medios de comunicación actuales, están influyendo en algunos aspectos para que la educación se vea superada por el gran cúmulo de información que reciben los y las estudiantes en las aulas cotidianamente, sin que necesariamente sea un conocimiento complementario para el fortalecimiento de una visión crítica de la realidad.
El vertiginoso avance de las tecnologías que han utilizado los medios contemporáneos, ha contribuido a conformar las industrias de la información, de la cultura y del conocimiento, que por desgracia no ha estado en nuestro país al servicio de la sociedad, ni para crear audiencias críticas ni para dar herramientas cognoscitivas en temas donde se puedan ver vulnerados los derechos sociales.
Lo que sí ha sucedido en la gran mayoría de los casos es que la televisión concesionada en México se ha abocado a entretener al público, ofreciendo productos de muy baja calidad en contenidos, enajenantes, que imponen estereotipos sociales construidos desde el parámetro ideológico de quienes detentan el poder mediático, creando con ello frustración en los públicos, pues la vida, finalmente, no es color de rosa, como muestra el Canal de las Estrellas y la “señal con valor” de TV Azteca.
En esta vorágine de ideas, figuras, formas y lenguajes que se difunden a través de la televisión, la radio, la prensa escrita y la publicidad en nuestro país (que por demás está decir, es un emporio en muy pocas manos) encontramos que los significados estigmatizantes que se les dan a ciertas palabras o personajes sociales, contribuyen a reforzar prejuicios culturales sobre ciertas identidades. En este sentido, los medios de comunicación han contribuido a que las audiencias apropien el uso de lenguajes y actitudes discriminatorios, que generan (de manera casi imperceptible) significados a las conductas individuales y prácticas culturales.
Esta dinámica, que se experimenta desde el espectro comunicacional, donde se forma la opinión pública, ha servido de argumento a movimientos como el feminista, de lucha contra el sida, étnico, gay o de personas con discapacidad, para denunciar la mala influencia de cierto tipo de programas televisivos o radiofónicos y la discriminación que implica la utilización de lenguajes y acciones estigmatizantes en los mismos.
Activistas, intelectuales, académicos y pensadores del quehacer educativo, no dejan de insistir en que han sido los medios de comunicación (como acto-reflejo de las malas políticas públicas educativas) donde se fomenta la desigualdad social, las diferencias de género, de clase, y la discriminación hacia quienes son diferentes o pertenecen a minorías sociales.
Señalan constantemente el trabajo inútil de la educación formal por el respeto a las diferencias y la convivencia que reconoce la otredad, frente a los mensajes misóginos, racistas, homofóbicos, xenofóbicos y clasistas que repiten constantemente en la radio, la televisión, la prensa escrita y la publicidad, que por el simple hecho de ser espacios públicos abiertos a la sociedad o estar “al aire”, deberían asumirse bajo el ritual de la responsabilidad y la ética informativa.
Todo por el rating
Los programas televisivos y radiofónicos luchan constantemente por estar a la vanguardia, por elevar sus audiencias; utilizan elementos “lúdicos”, “graciosos” o llamativos con el propósito de posicionarse en la preferencia del público. Recurren a frases, palabras e imágenes efectivas para colocar en el lenguaje común expresiones populares con un solo propósito: provocar dependencia, tener rating, en fin, vender caro sus espacios.
Para llegar a ese punto se valen de la contundencia, la vehemencia y la reiteración, muchas veces utilizando los prejuicios y el moralismo social cuando de cosas “extrañas” se trata; el exhibicionismo y el morbo cuando a sexo se refieren; y la discriminación implícita cuando se trata de personas o grupos sociales que salen de la “norma”.
Esas actitudes refuerzan la idea de la diferencia. Por tanto, quien no esté dentro de la “norma”, aunque parezca “normal”, será discriminado simbólicamente en programas que cumplen solamente con “entretener” y hacer “tele para jodidos”, como lo reiteró en diferentes momentos Emilio Azcárraga Milmo, y que han seguido al pie de la letra productores, directores, guionistas y artistas formados dentro del emporio televisivo desde mediados del siglo pasado, aunque también la televisora del Ajusco nació mimetizada en ese sentido con la pionera de las telenovelas.
Lo lamentable de todo esto es ver que mientras los spots corporativos de las dos principales cadenas televisivas comerciales instan a la convivencia democrática, solidaria y por un “México mejor”, los contenidos de las telenovelas, programas cómicos y de revista, en gran medida, refuerzan ideas contrarias a esos nobles mensajes. Si los medios realmente tuvieran una responsabilidad social como dicen los señores del Consejo de la Comunicación o las fundaciones de Televisa y TV Azteca, pugnarían por eliminar programas que patrocinan las empresas de dicho Consejo, en donde se observan actitudes misóginas, homofóbicas, xenofóbicas y clasistas.
De ser congruentes con la cacareada “responsabilidad social” que todo el tiempo pregonan, podrían influir para que en los espacios televisivos se vinculen con los valores democráticos que se supone a diario reciben los niños y niñas en las aulas escolares y que el Estado mexicano está obligado a fomentar mediante una propuesta pedagógica integral. Con ello, en lugar de marcar diferencias de clase, de género o de cualquier otra índole, podrían contribuir a formar consensos en torno a las ideas, conceptos y prácticas culturales de los diversos grupos sociales que conforman el tejido social actual, desde luego, sin renunciar a propuestas divertidas, entretenidas, audaces, lúdicas e inteligentes, que redunden en la creación de conciencia social.
Pero nada más lejano a ese ideal es lo que se ve en la mayoría de espacios televisivos comerciales, pues con el argumento de que los medios de comunicación reflejan la “realidad social”; productores, directores, editores, locutores, guionistas, artistas y periodistas de las dos cadenas televisivas (con algunas excepciones), mancillan a diario la dignidad de personajes social a través de la utilización de motes estigmatizantes, apodos denigrantes o apelativos que subrayan características “negativas” de los personajes sociales representados, sin pensar en que esas representaciones que están mostrando a sus audiencias multiplican la discriminación en espacios de convivencia social y refuerzan actitudes hostiles en la vida cotidiana de las comunidades.
Así pues, las formas de discriminación por raza, de género, por credo, étnica, preferencias; en fin, todas las que enumera el artículo 1º de la Constitución, son una constante en los espacios de mayor cobertura. Los “creativos” de los medios recurren al imaginario social construido históricamente sobre el clasismo, el machismo, la homofobia, la misoginia y el racismo para entretener a una sociedad que no cuenta con herramientas educativas que le permitan formarse un criterio sobre los contenidos propuestos.
De ahí que talk show, telenovelas, programas cómicos o de revista, han tenido como insumo los “defectos”, manías o formas de ser de personajes sociales diversos, que por salirse de lo “común”, por no ser “normales” o “funcionales” para la sociedad, se convierten en patiños, cuyo escarnio frente a las audiencias, refuerza los estigmas y prejuicios que sobre esos personajes recaen. Sin duda, los patiños son el reflejo de una sociedad ignorante y violentada en sus derechos.
De esa basura comunicativa se han enriquecido las empresas que detentan el poder mediático en México. Han lucrado hasta el cansancio con el espectro radioeléctrico que se les ha otorgado como concesión sin retribuir con contenidos de calidad a la sociedad.
En este entramado, como sostienen diversas teorías de la comunicación, las representaciones sociales estigmatizadas que muestran los mass media, refuerzan las ideologías de grupos que detentan el poder ideológico, político, religioso o económico.
Héctor Islas Asaïs, autor del ensayo “Lenguaje y Discriminación”, editado por Conapred (2005), plantea que las etiquetas de identidad “son con frecuencia impuestas por ciertos grupos de poder”, y señala a los medios de comunicación como unos de los espacios donde se socializan tales actos a través de lenguajes excluyentes o estigmatizantes. No es difícil ver que detrás de cada representación discriminatoria en una telenovela o programa “cómico”, existen juicios de valor, prejuicios, mitos culturales y tabúes que reflejan la mayoría de las veces un discurso moralista, en cuyo mensaje se antepone el “deber ser”, “lo correcto” y un ideal, que lejos de responder a la norma, juzga y excluye a los que no entran en esa realidad construida.
Esas representaciones fantasiosas en telenovelas, series, programas de espectáculos o talk shows, ponen al descubierto la intolerancia de una sociedad, que a falta de propuestas inteligentes, enaltece personajes banalizados hasta su máxima expresión. Ese tipo de programas entretienen, al tiempo que suministran un gran cúmulo de prejuicios en horarios de alta audiencia, en donde se muestran personajes abyectos, disfuncionales sociales versus la gente buena, “decente”, “de buenas costumbres”.
La representación social de mujeres gordas, delgadas, “feas”; hombres humildes, alcohólicos, desempleados o asaltantes; y niños amanerados, débiles o tartamudos que vemos cotidianamente en programas cómicos, responden a prejuicios que se han construidos a partir del parámetro de lo correcto, y, sin duda alguna, desde la lógica del poder, como plantea Héctor Islas, que repercute en la vida cotidiana de las personas reales (ahí representadas de manera caricaturesca).
En este sentido, diversos especialistas en pedagogía sostienen que ese tipo de espacios de comunicación generan ambientes hostiles y de exclusión en los diferentes lugares de convivencia social donde interactúan los educandos, como podría ser el salón de clases, espacios deportivos o en la misma familia, donde la praxis social del imaginario colectivo toma sentido.
Alternativas de comunicación
Sin duda, los medios de comunicación dimensionan la manera como se percibe la realidad social. A nadie le podría quedar duda que pueden ser espacios de sensibilización y creación de la conciencia social, en lugar de fomentar la enajenación y el arrebato de sensaciones o emociones banales. Pueden contribuir a formar climas sociales favorables a la inclusión y el respeto. Pueden transmitir información de manera masiva y eficiente en temas de salud, de justicia, de derechos y de diversidad social. “Los medios pueden ser espacios de difusión de ideas y saberes sociales democráticos, que refuercen las enseñanzas de la educación formal”, como alguna vez afirmó el maestro Carlos Monsiváis en un diplomado del Instituto Simone de Beauvoir.
Los medios pueden ser, como lo ha planteado ONUSIDA, “un factor de cambio en temas susceptibles de discriminación social… pueden ser desmitificadores de estereotipos sociales y reforzadores de actitudes individuales y colectivas incluyentes, abiertas a la diversidad humana y al respeto de las diferencias”.
La función social de los medios de comunicación va más allá cuando de eliminar fobias y pugnas sociales se trata, pues su aporte didáctico-educativo puede ser la diferencia entre la sana convivencia o el rechazo social, la expulsión de una comunidad y hasta el linchamiento colectivo, no solamente de una persona, sino de su familia, grupo de personas o individuos. De ahí que “la muerte social de las personas que viven con VIH o sida sea tan aniquilante y lacerante como la misma muerte física”. (Monsiváis)
Los medios masivos de comunicación son espacios donde confluyen los saberes sociales y donde se resemantizan ideas, costumbres y formas de ser. Por ello, es de suma importancia que los contenidos informativos y las representaciones sociales que retoman para los diferentes formatos comunicacionales, estén atravesados por la perspectiva de género, de diversidad social, cultural, étnica, racial, política y sexual; todo ello en el marco de los derechos humanos. Sí, lo que estoy diciendoes trasladar los ideales laicos y democráticos de la educación formal a los espacios de comunicación, pues en el México convulso que vivimos, esos son los valores que nos pueden dar la posibilidad de educar a las nuevas generaciones hacia la igualdad, hacia la libertad de pensamiento y con un basamento ideológico que reivindique el respeto a la otredad y la convivencia armoniosa entre diferentes.
En la actualidad a nadie le queda duda que el efecto de las palabras, imágenes, acciones y actitudes en los medios de comunicación pueden tener relevancia. Un buen uso del lenguaje puede contribuir para cambiar actitudes discriminatorias. Pero también puede tener el efecto contrario si se connotan negativamente las palabras, como los binomios sida-muerte, homosexualidad-anormalidad, mujer-sumisión, juventud-rebeldía, indio-naco, infancia-obediencia, vejez-muerte, etc.
Ha costado mucho trabajo que los medios de comunicación entiendan que juegan un papel importante para eliminar el estigma y la discriminación social. No obstante, cada vez más crece el número de periodistas y medios en general que abordan temas susceptibles de discriminación desde una perspectiva humanista versus aquellos que lo hacen bajo la influencia de los mitos, los estigmas y los tabúes sociales, que lo único que ha logrado es dividir al país y seguir excluyendo a los grandes sectores afectados por la falta de políticas públicas asertivas.
Los medios de comunicación pueden ser una extensión de la educación formal si agregan a sus contenidos inteligencia a través de productos lúdicos, divertidos, interesantes, cómicos, científicos, artísticos… En fin, si se comprometen con sus audiencias, que son, al final de cuentas, las que les permiten existir.
En este sentido, sería deseable que Alonso Lujambio, secretario de Educación, quien ha considerado las telenovelas como espacios para la educación, tuviera una visión más crítica de la televisión comercial en México, que ha lucrado enormemente con el espectro radioeléctrico sin retribuir a la sociedad con productos de calidad.
Así mismo, sería deseable que los medios concesionados tuvieran un verdadero compromiso con sus audiencias, que en concordancia con los ideales democráticos que se supone se inculcan desde los primeros años de educación, hicieran sinergia para influir en el imaginario colectivo sobre la importancia de la no discriminación social y sobre el respeto a las diferencias.
Esa sería una apuesta educativa verdaderamente revolucionaria a través de contenidos mediáticos, en donde el Estado mexicano garantizaría, sin trasgredir la libertad de expresión, que los contenidos de los medios de comunicación estén libres de discriminación de cualquier tipo; lo que redundaría en mensajes positivos y trasformativos encaminados a mitigar el impacto de la violencia de género, el clasismo, la homofobia, el racismo y cualquier otra forma de discriminación, que por desgracia se vive actualmente en todos los ámbitos de convivencia social.
*Ponencia presentada en la mesa Medios de Comunicación y Desarrollo Humano, como parte de los trabajos del Encuentro Nacional por la Diversidad y la Calidad en los Medios de Comunicación, realizado por la Asociación Mexicana del Derecho a la Información.
**Periodista y fundador de la Agencia NotieSe
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