Fernando Mino
México DF, marzo 30 de 2011.
El matriarcado se entiende como el ejercicio del poder de parte de las mujeres por encima de los hombres. Durante años se ha cultivado la idea de que justo eso es lo que sucede en las sociedades zapotecas del estado de Oaxaca, con sus mujeres robustas y extrovertidas. Para poner en perspectiva e incluso desvelar este mito, conversamos con la antropóloga Margarita Dalton sobre su estudio Mujeres: género e identidad en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, en el que expone que la visibilidad femenina en estas comunidades no necesariamente significa que las sean mujeres las que tienen el dominio.
Entre 1930 y 1932 un extravagante y visionario cineasta soviético, Sergei Eisenstein, recorrió parte del país recopilando información y filmando una película documental que nunca concluiría. Los fragmentos de ¡Qué viva México!, sin embargo, fueron tremendamente influyentes entre intelectuales de todo el mundo. Tehuantepec fue uno de los hallazgos de Eisenstein, un lugar paradisiaco donde “mandan las madres”, en el que los hombres esperan recostados en hamacas mientras ellas acumulan monedas de oro, gracias a sus habilidades comerciales en las plazas y mercados. “La mujer trabaja y se busca un marido”, se explica en la película, en un delirante vuelco a los estereotipos de género.
La exuberancia de todo el Istmo de Tehuantepec –“trópicos húmedos, cenagosos, soñolientos”, según los definió Eisenstein– se refleja en el desparpajo de sus mujeres, grandotas y pantorrilludas –como las describiría Elena Poniatowska muchos años después–, coquetas, politizadas y sensuales con sus trajes almidonados de flores bordadas y coloridas.
Una entelequia edénica para muchos visitantes fugaces y lectores/espectadores ajenos a la vida de esta región del sur de México, que desde hace años y años carga el sambenito de ser un “matriarcado” donde las mujeres reinan, organizan, dominan y protegen a los hombres bajo sus enormes faldas. Un mito que se ha propagado incluso en investigaciones y estudios antropológicos.
Margarita Dalton, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), unidad Pacífico Sur, y una de las pioneras de los estudios de género en México, ha dedicado varios años a estudiar las relaciones de género y la identidad en la región de Tehuantepec. En su libro Mujeres: género e identidad en el Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, Dalton niega la existencia de un matriarcado zapoteca en esta zona: “Yo creo que las relaciones que se dan entre hombres y mujeres en el Istmo no son muy diferentes a las que se dan en otras partes, lo que sucede es que ellas han tomado un papel social más protagónico”.
A propósito de la reciente publicación de su libro, Letra S platicó con Margarita Dalton sobre las situaciones culturales e históricas que impulsaron el protagonismo femenino y cómo ha influido esto en las relaciones de género y en la identidad de las sociedades zapotecas de la costa oaxaqueña.
¿Cómo son las mujeres zapotecas del Istmo de Tehuantepec?
Son mujeres que tienen un papel protagónico, son mujeres inteligentes, que dominan el mercado por cuestiones específicas, como el hecho de que en algún tiempo sus maridos se dedicaron a la pesca o a la siembra, y debido al clima –hay mucho calor la mayor parte del año– solían trabajar de las tres o cuatro de la mañana a las siete u ocho, hora en la que se iban a dormir mientras el producto de su trabajo era comercializado por las mujeres. Otras muchas eran viudas, debido a las constantes guerras, por ejemplo, o madres solteras que debían trabajar para vivir. Por eso se volvieron muy buenas comerciantes. Esta parte económica da mucha seguridad a las mujeres.
¿Cómo son las relaciones de género y de pareja en esta región? ¿Dominan socialmente las mujeres?
Los hombres son muy importantes en esta sociedad, las personas casadas, tanto hombres como mujeres, consultan a sus cónyuges antes de tomar decisiones importantes. A veces la idea generalizada nos muestra a las mujeres istmeñas organizando solas las fiestas, bailando entre ellas, acaparando la palabra, etcétera. De ahí que se hable de matriarcado, pero, siguiendo con el ejemplo de las fiestas, los hombres se aíslan, se reúnen para beber, mientras las mujeres bailan, es decir, ellos son menos visibles. Se trata de características culturales que tienen mucho que ver con la imagen que se proyecta hacia fuera.
¿Cuál ha sido el peso de las mujeres en el desarrollo político de la región?
Cuando tienes un pueblo donde la lectura y la escritura no son los medios de comunicación más inmediatos, la forma de informarse de lo que pasa en la comunidad es a través de la conversación, y las mujeres también tienen ese poder. Las mujeres hablan no sólo de lo que sucede en el ámbito doméstico, sino también sobre lo que pasa en el ámbito político. Ahí han tenido un papel muy relevante, sobre todo las mujeres del mercado, en los movimientos sociales, incluso recientes, como el movimiento de la COCEI (Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo de Tehuantepec, movimiento popular que en 1981 ganó por primera vez el poder municipal al poderoso Partido Revolucionario Institucional).
El papel protagónico de las mujeres en los movimientos políticos ha sido muy visible. Si haces un recuento de las fotografías, en las manifestaciones, en la toma de carreteras, de presidencias municipales, ahí están siempre las mujeres; además, a finales de los noventa comienzan a figurar las primeras alcaldesas, aunque todavía pocas y en municipios pequeños. Si en verdad existiera un matriarcado habría más mujeres en la toma de decisiones colectivas.
Sensualidad para exportación
Las zapotecas siempre fueron abiertamente eróticas y viven a flor de piel su sensualidad. El sexo es su juguetito de barro”, escribió Elena Poniatowska en 1989. La realidad parece ser un tanto menos poética, al menos la reservada para la vida privada, lejos de los atavíos llamativos y los collares de oro, del andar cadencioso y las fiestas rituales. Escribe Margarita Dalton en su libro: “El discurso de las mujeres señala que hay dos formas de concebirse zapoteco: una, la estrategia de identidad hacia fuera y, otra, la que se representa hacia adentro, que es compleja y contradictoria, parecería que se practica la erótica de la representación del lujo y del oro hacia fuera”.
¿Cómo es la sexualidad de las mujeres zapotecas en el Istmo, en verdad son tan sexualmente abiertas y libre como se les representa?
Ahí también hay una especie de mitología alrededor. Ellas no hablan mucho de su sexualidad como algo extraordinario. Creo que la sexualidad es para ellas algo íntimo y por tanto no hacen alarde, pero sí es real la sensualidad que tienen al bailar, tienen gran manejo de su cuerpo. Se ha escrito mucho sobre la sexualidad de las istmeñas, pero cuando yo les pregunté a mis informantes sobre anécdotas célebres, como aquella de que las mujeres de un pueblo zapoteca ensalzaban a un hombre por el sabor dulce de su pene, se rieron y me dijeron que eso era una fantasía, que eran cosas que quizá se contaban en tono de ironía o de broma.
En los zapotecas hay mucho sarcasmo, sobre todo con los extranjeros, una forma de no incluirlos en la intimidad de la cultura. Son muy abiertos, te agasajan, te invitan a las fiestas, pero hay otra parte que se reserva sólo para quienes forman parte de la cultura. La sexualidad zapoteca está recubierta de mucha fantasía y de muchos tabúes, pero es cierto que hay márgenes amplios para la diversidad, por ejemplo en el caso de los muxes (como se les llama a los varones transgénero en esta región).
¿Cómo es la vida y la valoración de los muxes en las sociedades del Istmo?
Hay actitudes violentas contra los muxes, pero es cierto que han encontrado un espacio y lo han defendido, como es el caso de la activista Amaranta Gómez, o el grupo de las Intrépidas, buscadoras del peligro, colectivo que impulsó la primera vela (fiesta popular) muxe. Ellos han logrado consolidar una identidad propia que va más allá del sexo-género, además de visibilidad y protagonismo, lo que no los salva del todo de la discriminación, tanto de hombres como de mujeres, como que no les permitan participar vestidos de mujer en algunas velas. La aceptación no es al cien por ciento, pero sí hay espacios para los grupos diversos, para que muchas mujeres decidan vivir con otras mujeres, o para que algunos muxes decidan quedarse a vivir con sus mamás.
*Publicado en el número 176 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 3 de marzo de 2011
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