Rocío Sánchez
Ilustración: Adrián Nandayapa
El odio hacia la homosexualidad permea a toda la sociedad. Los hombres heterosexuales que no cumplen con el estereotipo de la masculinidad también son blanco de los insultos y las injurias que la homofobia reparte sin distinción. Este tipo de fobia es, dicen quienes la han estudiado, un mecanismo de control que busca mantener a la sociedad homogénea, sin diversidad.
Que ese es un trabajo de maricones, le dijo su papá a Gilberto cuando supo que quería ser cheff. Aunque él no es homosexual, su gusto por la gastronomía parecía haberlo etiquetado como tal ante varios miembros de su familia y algunos amigos, quienes con el paso del tiempo han comprendido que el joven de 20 años es un apasionado de su trabajo.
El amor por la cocina surgió sin quererlo; de hecho, inició con una apuesta. Gilberto había entrado a la secundaria y debía decidir qué taller tomar. Apostó con sus amigos que, en lugar de optar por carpintería, electricidad o dibujo, entraría a cocina. “Fue por broma al principio; además no estaba tan mal, así podía estar con muchas niñas”, recuerda. Una vez iniciado el curso, descubrió su pasión y su habilidad. Conforme aprendía, quería saber más y dedicarle más tiempo. Le iba tan bien que muchos de esos amigos que lo habían llamado puto le confesaron que también a ellos les habría gustado aprender a cocinar.
“La homofobia afecta a todo el mundo, también a las personas heterosexuales”, afirma a Letra S Efraín Rodríguez, psicólogo e investigador que ha sido docente en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. “Y hay que ir más allá porque la homofobia afecta no sólo a las personas heterosexuales que no responden al estereotipo de la masculinidad o de la femineidad, sino que afecta a todo mundo”.
Así lo analizó también la psicóloga Marina Castañeda: “La homofobia es mucho más que un simple rechazo a la homosexualidad: oculta una serie de creencias implícitas sobre los hombres y las mujeres, sobre la relación que debe privar entre ellos y sobre la conducción de la sociedad”, afirma en su libro La nueva homosexualidad.
Desde esta perspectiva, lo que importa no sólo es la orientación sexual, sino la forma de ser hombre o de ser mujer. A primera vista, en Gilberto no hay nada que rete a esas creencias sociales; sólo al hablar de su profesión se encuentra con que algunas personas sacan conclusiones al momento. “A veces voy a fiestas con mis compañeros del trabajo o de la universidad y las chavas dan por hecho cosas, me empiezan a contar sus vidas y ya cuando les tiro la onda como que se sorprenden y me dicen ‘¿qué tú no eras gay?’”.
Más allá de las confusiones, este joven delgado, que aparenta menos edad de la que tiene, sigue lidiando con burlas. Hay a quienes el uniforme que debe usar (filipina, delantal), les parece “delicadito”.
Hoy, esos comentarios ya no le hacen mella, pero cuando se inscribió al taller de cocina y más tarde continuó estudiando lo mismo en el bachillerato, reconoce que dudó por un momento. “¿Sí me veré muy ‘así’?”, se dijo en la adolescencia. Ahora sabe que no, y que si los demás lo ven “así” es algo que a él no debe preocuparle; tiene muchas otras cosas en qué pensar repartiendo su tiempo entre su novia, su trabajo de ocho horas diarias y la asistencia a la universidad.
En puntas por la vida
Él camina por la calle enfundado en su camiseta y pantalón negros. Su figura espigada, su andar rítmico y su postura intachable llaman la atención. Quizá después de la lista de calificativos, alguien pueda adivinar que es bailarín clásico.
A los 19 años, Germán Pizano estudiaba la carrera de comunicación, jugaba basquetbol y patinaba en rampas y pistas de obstáculos. Su hermana era bailarina de danza contemporánea y constantemente lo invitaba a acercarse al baile. “Yo me burlaba y le decía ‘sí, qué bonito me voy a ver’”, cuenta. “¿Así quieres que baile?”, le preguntaba risueño Germán mientras formaba un óvalo con los brazos por arriba de su cabeza. “Ahora eso es lo que hago todo el día”.
Reconoce que era “de esos que se burlan”, pero su perspectiva cambió cuando vio actuar a un compañero de su hermana. “Tenía movimientos que buscaban una estética y eso no tenían nada que ver con que fuera gay. Me acerqué a ese bailarín y le dije ‘quiero ser como tú, quiero hacer lo que tú haces’”. El artista, ya veterano, le dijo que en cuanto probara la danza le iba a encantar. A esto se sumó un plus: “es bueno estar aquí porque nos tocan de a muchas muchachas”, le anunció a Germán, “y pues tuvo razón”.
En el ambiente de la danza en México, dice Pizano, la mayoría de los bailarines son gays, y eso es lo que le ha permitido ver el tema de la orientación sexual sólo como una característica más en las personas. Tal vez por eso nunca ha tenido problemas con que lo “confundan” con homosexual. El hoy integrante del Taller Coreográfico de la UNAM estudió la carrera en la Escuela Nacional de Danza en la que, por cierto, compartió grupo con adolescentes entre 12 y 16 años, cuando él ya tenía 20. “Las chavitas en ese momento me preguntaban si era gay; así, directo. Les decía que no y me decían ‘sí, eso dicen todos’”. Sin embargo, él sabe que la gente tarde o temprano lo conoce como es. “Nunca me han visto con novio, siempre me han visto con muchas novias. Sé que no garantiza nada, pero estuve casado y cuando estás casado pues la gente se da cuenta de lo que eres”.
De alguna forma, el que Germán haya cumplido con aquel compromiso social del matrimonio lo “salva” de la etiqueta de homosexualidad. “La homofobia está presente en toda la cultura y va más allá de lo evidente, más allá de la burla, del chiste, de la herida o en su caso del asesinato, esas son formas muy evidentes de homofobia”, explica Efraín Rodríguez, “pero también hay formas invisibilizadas: ese ir vigilando a la población, ese ir obligando a la población a que asuma ciertos roles, cierta identidad de género, cierta orientación sexual, cierta forma de vivir, y ahí está presente siempre la homofobia como una estrategia de normalización”.
A pesar de todo, la danza es gran parte de la vida de Germán y como tal ha dejado también su marca en su uso del cuerpo. “No es que baje el escalón así (con un paso de baile), pero sí hay una armonía en lo que hago. Si me ves en la calle me vas a ver demasiado derecho, o te vas a dar cuenta de que mi tono de voz no es tan marcado, es suave, lo cual también podría ponerte a pensar”, dice sobre lo que podría tildarse de “femenino”, o al menos de “no masculino”. “De hecho, tengo varios compañeros que podrías calificar de afeminados y no son gays. Y es que lo gratificante es que en la danza no necesitamos aparentar nada”.
De la milicia a la pasarela
¿Cómo pasó Mauro Ramírez del ejército al concurso Mister Uruguay? La cara bella ya la tenía, el cuerpo lo trabajó, pero hubo que sacudirse ciertos estereotipos que no sólo involucraban el rol de género, sino también el respeto que, según la ideología de aquella época en la ciudad de Minas, en Uruguay, debía ganarse mediante una profesión “seria”. Entonces, si se era médico, abogado o historiador, se estaba en la elite; si se era estilista o secretaria, sólo se trataba de una actividad técnica, considerada como inferior en la escala social.
Mauro nació cuando el país apenas se libraba de la dictadura militar. Minas es la ciudad que más cuarteles militares tiene en todo el país: unos cinco para una población de 40 mil habitantes. “Como niño veías que el poder era eso, y pensabas ‘yo me quiero poner la gorra, el uniforme y tener el pecho lleno de insignias’”. Pero siendo también niño había actuado en obras teatrales escolares, y esa cosquilla la conservó con el correr del tiempo. Mauro creció y entró a la escuela militar, pero “había algo que no me terminaba de llenar”.
La dificultad para alcanzar una buena oportunidad en el ejército y el desgano que le producía el trabajo de escritorio –después de todo, el país no estaba en guerra– hicieron que dejara este camino y continuara la carrera de ingeniería, que de alguna forma había empezado en el ejército. “Mi familia me decía que estudiara una carrera, si no no iba a ser nadie, pero cuando estuve ahí me di cuenta de que tenía otras inquietudes”.
Una amiga llevó a Mauro con un promotor y así comenzó su carrera en las pasarelas. Cultivó su cuerpo con ejercicio y buena nutrición, y tan bien lo hizo que consiguió el título de belleza Mister Uruguay en 1997. El modelaje lo llevó a países como Brasil y Portugal, pero él quería ser actor, por lo que trató de aprender lo necesario para serlo mientras se fue presentando la oportunidad. Una vez que decidió que la actuación es lo que ama, México fue la opción para establecerse “y no me equivoqué”, afirma.
“Ninguno nos escapamos de una injuria homofóbica; hasta el hombre más convencional y más macho, el más masculino y más violento, ha recibido injurias homofóbicas”, dice Efraín Rodríguez, quien además es autor del libro Crímenes de odio por homofobia. Los otros asesinatos de Ciudad Juárez.
Mauro lo sabe bien. “Cuando una chica te ve y dice ‘¡ah, qué lindo es!’, siempre hay alguien que le dice ‘ni te hagas ilusiones porque ese es puto, ¿no lo ves tan arregladito y que se cuida tanto?, debe ser puto, seguro’”. Y es que, según observa el joven, “de los hombres que no están en el medio (del modelaje) y que se cuidan, la mayoría son gays, porque socialmente se tiende a marcar esa diferencia: el hombre debe tener pelo en el pecho, ser rudo; pero el hecho de que te cuides no quiere decir que seas gay, aunque puede ser que eso perciban las demás personas”.
Sobre esto reflexionó el psiquiatra Francis Mark Mondimore en su libro Una historia natural de la homosexualidad, viendo que “cuando una sociedad acepta el odio contra los homosexuales, las acusaciones de homosexualidad otorgan medios eficaces de intimidación, de silenciamiento, inclusive de los opositores políticos, cualquiera que sea su orientación sexual”.
Los amigos de Mauro también soltaban comentarios, aunque ellos lo hacían “como chiste”, pues en realidad no dudaban de su orientación sexual. “Pero cuando conseguía algún trabajo me decían ‘bueno, ¿con quién te estás acostando?’”.
Como te ven, te tratan
Además de ser blanco de comentarios homofóbicos, Gilberto, Germán y Mauro coinciden en un aspecto más: aunque sus carreras son consideradas “de maricones”, el esfuerzo que han tenido que hacer para desarrollarse en ellas es duro, “de hombres”.
El investigador Efraín Rodríguez señala que la homofobia es “una estrategia para normalizar a la población dentro de un estereotipo sexual y de género”. Y retoma lo que el sociólogo sonorense Guillermo Núñez Noriega llamó “la trilogía del prestigio”, que consiste en que un varón debe construirse siendo macho (biológicamente), hombre (socialmente) y heterosexual, mientras que una mujer debe ser hembra, mujer y heterosexual. “Pero podemos ir más allá: se tiene que ser hembra-mujer-heterosexual pero además debe ser femenina de acuerdo con el estereotipo”, abunda Rodríguez.
El también sexólogo considera que la creciente visibilización del tema homosexual en los medios es una vía para abatir la homofobia. “Hay que ver a la sexualidad humana como es, diversa, pues no es de un solo camino; incluso la heterosexualidad no es sólo una, sino que hay muchas maneras de vivir la heterosexualidad”.
Así, también hay varias formas de ser hombre o de ser mujer, y después de poner el tema en el debate sería más fácil entender que “si una mujer es muy proactiva, capaz de tomar decisiones, autónoma, aunque la gente la vea masculina ella puede ser heterosexual, y esa es su heterosexualidad, tan válida y tan respetable como cualquier otra; o si un hombre, siendo heterosexual, es florista, muy femenino y muy delicado, pues esa es su heterosexualidad”. De esta manera, añade Rodríguez, se puede construir el respeto a la diversidad y vivir como cada persona desea, “con su propia sexualidad, identidad, vivencias, experiencias, actividades sexuales y afectivas y en un marco de respeto mutuo”, concluye.
*Publicado en el número 178 del Suplemento Letra S del periódico La Jornada el jueves 5 de mayo de 2011
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